lunes, 29 de noviembre de 2010

conversación con un pintor


Había una vez, un libro abierto, que mientras lo acariciaba un pulgar en el terciopelo de sus hojas era constantemente recorrido por los ojos del lector que lo sostenía entre sus manos.

Todo era calmo aquella mañana, en que la trama de la novela fluía por las páginas que pronto eran cambiadas por las siguientes, y así cada cierto rato. Iba en la parte en que Juan Pablo Castel llega a la finca decidido a matar a María Iribarne, aún con grandes confusiones. Carlos comprendía la trama sin problemas y se sentía invadido por la impotencia de aquel hombre, aquel pintor raído en lo más profundo de sus sentimientos. Lo compadecía, sin darle toda la razón.

De pronto su vista se fue perdiendo, a medida que avanzaba en la lectura, una sensación parecida al sueño, le abrió las puertas a la siguiente visión, las letras comenzaron una danza de colores que se mezcló con la imagen de él, sentado en un banco de plazoleta junto a Juan Pablo Castel hablando de pintura y de mujeres. Carlos miraba atento a Castel, quien como buen pintor, no hizo mayor referencia a su pintura pero sí habló de una tal María, mirando constantemente su reloj.

Luego de una pausa Castel miró a Carlos con los ojos vidriosos y le confesó sus más secretos sentimientos, dijo que María era toda su obsesión, que luego de que ella viera en aquella ventanita, de su pintura, parte de su propia esencia, hizo comprender al pintor que esa era, lo que algunos llaman, su alma gemela.

Castel sabía que María no le pertenecía; a pesar.

Me dio las gracias por escucharlo, se levantó y esa misma noche se quitó la vida.


faic, 2007

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