sábado, 29 de septiembre de 2012

Apuntes porteños: “Los libros de poesía traen buena suerte”





1. Entre el 19 de abril y el 7 de mayo, se celebró la 38° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, que contó con la participación del gran Carlos Fuentes, entre otros invitados de honor del mundo de las letras. En su magistral discurso, el escritor mexicano hacía el siguiente llamado: “Debemos extender, abrazar, incluir, no separar”, en lo que fue una de sus últimas presentaciones en público, a días de su inesperada muerte. La Feria es impresionante, llena de stand de libros, expositores a todas horas, lanzamientos de libros, charlas, conferencias, talleres, conciertos, etc. En uno de mis paseos por la Feria me encontré con el payador uruguayo José Curbelo, a quien había tenido el honor de conocer hacía aproximadamente un mes. Hacía de las suyas improvisando frente a un público improvisado (valga la redundancia, pues la actividad no estaba en el programa oficial), que le iba proponiendo los temas que él iba desarrollando con habilidad al ritmo de su guitarra milonguera. Cerca andaba un grupo de escolares con pancartas que decían “Macri hijo de puta” y cosas por el estilo. Al finalizar su presentación, crucé algunas palabras con el payador. Me acerqué como un fans, pero me recibió como a un conocido. Cómo era tu nombre? Federico?/ El último día de la Feria me quise quedar hasta el final y me llevé una muy grata sorpresa. En uno de los espacios abiertos de la Feria vi a un montón de personas que prácticamente se estrellaban, para hurgar una torre de libros que un tipo traía en una yegua. Traía una carga, esperaba que se vaciara la yegua e iba por más. Así que me puse a hurgar también, había muchos títulos, ninguno que yo conociera, ni título ni autor, pero eran libros regalados, así que había que llevarse algunos. El tipo iba y venía diciendo: lleven libros de poesía, traen buena suerte, lleven libros de poesía. Le pregunté algo y empezó a contarme que esos libros eran de una editorial que ya no existe, llamada “Editorial Libros de Tierra Firme”, que más tarde investigué y me enteré que era de un gran editor argentino llamado José Luis Mangieri, que fue quien publicara los primeros libros de Juan Gelman, entre otros. El tipo me recomendó una novela y varios libros de poesía, que me traje junto a algunos otros que ya había seleccionado. Llegué al hostel lleno de libros y con ganas de descubrirlos y pasé los días siguientes leyéndolos. Eran la mayoría de poesía y me parecieron, además de muy bien hechos (desde el punto de vista de la edición), bastante buenos. Y tan buenos me parecieron, que me creí pertinente rendirles un pequeño homenaje. Me explico: agradecido por el gesto del librero que me pareció un verdadero guerrillero de la poesía, regalando cientos de ejemplares de los “Libros de Tierra Firme” en la Feria, creé un blog en donde publiqué (y seguiré publicando) algunos de los poemas de esos libros, como una especie de antología virtual de los títulos que me traje ese día, de los cuales hay muy poca información en la web, y además muy poco se conocen en las librerías de esta basta ciudad atestada de libros. El blog es www.vueltadeletra.blogspot.com.ar / La noche siguiente a la creación del blog, que fue una idea que estuve pensando varios días, fui a un bar y me encontré con una novela corta y un libro de cuentos de la misma editorial (ha sido hasta el momento la única vez que me reencuentro con estos libros), me leí la mitad de la novela en el bar, hasta que éste cerró y entonces la tomé prestada para terminar de leerla (espero no ser juzgado, queridos lectores, como un malandrín por esto, pero el que esté libre de pecados librescos que lance la primera piedra), oculto bajo mi chaqueta, el libro se fue conmigo y me acompañó todo el resto de esa noche.


2. Un día en el subte: Al bajar en la estación Pueyrredón, entra muy rápido un tipo de lentes, y hasta me toma del brazo cuando paso a su lado, para no demorar más su acenso al vagón. Detrás viene otro, moreno pelado cuerpudo, Hey, no te voy a permitir no se qué. Y bah combos con el de lentes arriba del subte, la gente empezó a bajar y el tipo de lentes ya sin lentes se cambió de vagón. El otro lo siguió y se sumó uno con muletas, y a muletazo limpio, entre la gente, arremetió. Alguien protestó tímidamente y el resto se bajó. El de lentes, ya sin lentes, se arrancó lo que pudo dentro del otro vagón y éstos le pegaban y gritaban cosas que no entendí muy bien, pero que deduje por los gestos, y por un no sé qué, que el tipo algo malo había hecho contra el tipo de muletas (¿le habrá robado?). Una mujer gritó ¡policía! y la policía no llegó. El moreno pelado cuerpudo, al de lentes casi lo mata, golpeaba como en una película, era un tipo duro, de temer. Al final llegó la policía y hubo que quitarle de entre los puños al triste ser humano que antes tuvo lentes. Cuando le preguntaron que qué pasó él se excusó. Dijo, Ellos me pegaron.. ellos no sé qué.. que yo no sé qué otra cosa. Y le adiviné el acento chileno, y no sólo el acento. Le adiviné la culpa, le adiviné.


3. Con la llegada de los primeros fríos a la ciudad de Buenos Aires, Luis Toto Álevarez, músico porteño (porteño de nuestro puerto: del puerto de Valparaíso), dedicado a la improvisación libre, deambula por la agenda musical porteña (de este puerto: Buenos Aires), en lo que es casi un habitué en su agenda. Desde el 2005 que viaja constantemente, a veces 3 veces por año, y cuenta que cada vez vive experiencias nuevas y se enamora más de esta ciudad, de su cultura y de su gente “El recorrer las calles donde caminaron algunos de mis héroes de la música, donde la poesía sigue viva y los libros son como el pan. Conocer mis colegas, charlar, recorrer el barrio Flores, donde germinó gran parte del rock nacional… Veo el ánimo y el ímpetu de los músicos y me contagio. Me gusta la idea de que crear es nuestra razón fundamental en el camino. Por eso vuelvo y revuelvo, como diría Calamaro”. El día de uno de sus conciertos llego un rato antes y charlamos un rato con él, Jenniffer y algunos amigos músicos del Toto, mientras que los que fuman fuman y los que esperan esperan. Llegada la hora del concierto, que es una galería de arte, en donde cerca de los músicos hay grandes telas por terminar, fotos enmarcadas apoyadas unas sobre otras, estantes de libros y muchos objetos interesantes, como si fuera un teatro dormido que de a poco va adquiriendo vida con la primera parte del concierto, Toto Álvarez apoya la guitarra sobre sus piernas y ya antes de tocar empieza a ponerle pequeños chiches a las cuerdas. Por el otro lado una elegante chelista lo acompaña. Uno los ve y es como ver una versión musical de “La dama y el vagabundo”, la chelista elegante, como sacada de alguna filarmónica europea y él un rockero de barrio, medio loco y chascón. Pero están los dos frente a frente y de a poco, cuando va naciendo la música, va también naciendo una hermandad. Te das cuenta que no sólo hablan el mismo lenguaje, sino que se comunican con una facilidad y trasmiten tanto, que lo hacen a uno pensar que llevan una vida entera tocando eso, pero al mismo tiempo sabes que toda esa música que escuchas y que te obliga a no pensar más en las corcheas, ni en las tonalidades que aprendiste, es completamente nueva, es un viaje en el cuál no sabes qué pasará en el ¿compás siguiente? ¡Pero si aquí ya no hay compás, viejo! No sabes, digo, a donde te llevará este dialogo exquisito que van creando entre los dos. Porque aquí el tiempo y los sonidos significan otra cosa. “Con Ceci Quinteros hemos forjado una amistad a través de la improvisación. Creo que nuestro primer diálogo más en confianza fue tocar directamente. Nos conocimos y grabamos un disco”. La guitarra es víctima de todo tipo de experimentos y nuestros oídos son premiados al tiempo que la razón es puesta jaque ¡Pero cómo, se supone que las guitarras no suenan así! Y Ceci Quinteros no se queda atrás, va en busca de sonoridades nuevas constantemente, y cuando vuelve a una función algo más tonal con una melodía de notas largas lo hace con una dulzura y una elegancia que se llevan muy bien con las sonoridades propuestas por Toto Álvarez, más de una vez advertí un agudo extrañísimo que nacía del chelo, y después, cuando le pregunté cómo lo hacía, me explicó que con la frotación de su pulgar por la caja del instrumento. Recuerdo una parte del concierto en que cerré los ojos y no me di cuenta de cuándo había empezado a escuchar otro sonido, era algo extraño, algo nuevo que generaba una especie de atmosfera un poco incierta, era una especie de aleteo muy rápido. Miré para ver qué era y era el Toto, que tenía en su mano derecha una especie de hélice pequeña que pasaba por las cuerdas de la guitarra. “Eso para mi es la improvisación libre, soltar amarras y navegar, especular sobre mundos y sonidos, encontrar tu voz y compartir, dejar las estructuras impuestas. Ser valiente y saber que no hay nada, sólo el instante, que no importa nada más. Es la reinvención completa de uno mismo. Una manera de vivir. Poesía y aventura.” / Un mes después, en la feria de San Telmo, me encuentro con Pascuala Ilabaca, sonriente y radiante, como es su naturaleza. Otra porteña que busca constantemente su propio lenguaje musical. Parece que anduviera de paseo, pero no. Charlamos un rato y me cuenta que viene a Buenos Aires a masterizar su último disco, le cuento que hace poco vi al Toto, me cuenta que el Toto aparece en su nuevo disco. Y claro, cada uno es parte de la fauna del otro, la misma Pascuala y el padre de ella han colaborado con el Toto en distintos proyectos. Ejemplo de ello, el disco “La flor inexistente”, con texto y voz de Gonzalo Ilabaca y música de Toto Álvarez. Da la impresión que el Toto se está yendo de Buenos Aires y ya está volviendo; en otras músicas, en otras facetas. “Toco con todos los que pueda. Aprendo y desaprendo de la vida y de la música”. La Pascuala se va con su nuevo disco listo para lanzarlo, y el Toto que ya está prometiedo volver dentro de poco a su querida Buenos Aires, a perderse por ahí, por las calles interminables de la ciudad o de la música.






(faic, Buenos Aires, julio 2012) / (escrita para Revista El Saturnino)

miércoles, 1 de junio de 2011

Todo / Nada


El cielo entonces, era el cielo más amplio que jamás viera aquel pajarito de pecho más amplio aún, que volaba sobre la ciudad cumpliendo el rito milenario de las aves en la época del apareamiento. Era tan chiquito que cabría en mi mano; era tan hermoso que esa mañana las nubes no quisieron salir.

Iba en busca de su hembra, y la buscó por toda la ciudad, primero en las cercanías del puerto, allá por donde se vociferan los paseos en lanchas y se pueden ver los grandes barcos extranjeros. Anduvo por el reloj Turri, pasó por la Aníbal Pinto, recorrió Condell y Pedro Montt. Subió por Cumming; la pérgola de las flores, la plaza Sotomayor. De vuelta a la plaza de la Victoria, cerro Alegre, cerro Cárcel. Anduvo hasta por el congreso, y de vuelta se vino volando, naturalmente, directo a la plaza Echaurren. Agotado llegó a la iglesia la Matriz, recorrió el puerto con un último suspiro, hasta que la vio por ahí por Errázuriz, quieta en lo más alto del tendido eléctrico. Su alma de pajarito le volvió al cuerpo; cómo deseaba a aquella criatura que tenía enfrente. Se posó en unos de los cables paralelos al de su hembra, se miraron. Estaban tan cerca, pero entre sus ojos había tanto cielo.

Las plumas de su pecho se engrifaron de excitación, y lanzó al cielo un canto hermoso, que se oyó por todo el puerto. Aquellas notas dulcísimas se mezclaron con los ruidos de algún barco, el bocinazo de alguna liebre.

Luego de esto vendría el momento de acercarse, las caricias pajarunas, el revolotear de plumas. La primera etapa del cortejo se cumplía perfecta, con las últimas notas del piar de nuestra avecilla.

Ahí estaban los dos en lo alto, sobre los hilos que cruzan la ciudad, moviendo la cabeza de un lado a otro con ojos brillantes, picoteando el aire, buscándose mutuamente para hacer contacto.


Y luego todo fue un chispazo, un humito que se disipara al rato después.

[..ilustración de Carla Renault..]


(faic, horcón, invierno 2009)

(...)

Una amiga es capaz de hacer 712 click en 30 segundos, en un juego de facebook. Entonces juego horas para tratar de superarla. Ya vencido me acuesto y ahora paso horas pensando en cómo será de empecinada, mi amiga, cuando se masturba.


(faic, invierno 2010)

viernes, 4 de marzo de 2011

La muerte de Apólito, el último ángel



   Afuera se apagaban los últimos ruidos de la tarde. Se podía escuchar el silbato del último tren de la vieja estación casi siempre vacía. En un pupitre improvisado con aspecto de años de quietud se encuclillaba Cora para rezar antes del té. Apólito reposaba, con el mismo aspecto del pupitre; aspecto que cubría todo el interior de la casa que compartía con Cora. Miraba, por mirar algo, las últimas luces en la ventana.
-         Tú también te deberías encomendar.
-         ...
-         Es el colmo, no lo puedo creer – decía Cora mientras juntaba las manos.
-         ...
-         Por eso estamos aquí... solos.
Apólito no quitaba la vista de la ventana, prefería el parpadeo de la tarde a la devoción de su mujer por el Dios que los tenía despechados.
El cántico de Cora apenas se escuchaba y de tanto en tanto era cortado por un sollozo. El canto religioso, tenía una belleza extraña, la voz de Cora era como si muchas voces. El idioma no marcaba, para oído humano alguno, transición reconocible entre vocales y consonantes, sílaba y sílaba. No hay armonía posible para encuadrar aquella música balbuceada.
Con ojos furiosos, el viejo Apólito, mantenía su vista colgada en la noche a través de la ventana, en donde si uno se detenía, el reflejo de Cora era insinuado gracias a la única vela, que parecía danzar, en el centro del pupitre.
El cántico culminó con una nota única y mantenida por Cora hasta que pareció que el sonido salía directamente desde su pecho, como un silbido. Y, en efecto, no podría ser de otra forma. Cora ya había dejado la melodía permaneciendo en profunda meditación, sin embargo el sonido aquel de aquella nota, vibraba en toda la casa. Un sonido tal, que parecía darle un extraño color a cada objeto e iluminaba el lugar haciendo inútil ya la luz de la única vela, ahora quieta.
Tendido en el sofá, cuerpo caído, gesto amargo. Apoyado en sus amarillentas alas, de ángel caído, pensaba. La condena era amarga. Lo quemaba por dentro. Y por fuera, lo abrazaba un frío eterno. Una lucha insoportable en un cuerpo desgastado que no quiere la resistencia.
Luego de un rato, que pareció mucho tiempo, Cora se enderezaba en medio de la transparente sinfonía del silencio.
Un grupo de flamas hirviendo una vieja tetera sin tapa. Una mesa de maderas desgastadas, que entre sus tablas, muy juntas, mostraba sus selladuras de superficie, hechas por años. De harina y agua; harina y agua. Años de pan y pasteles, pastas y podo tipo de masas, que Cora se afanaba en preparar, al caer la tarde, para acompañar el té. Era este, tiempo bueno, las grosellas tenían un perfecto equilibrio entre dulce y ácido, el sabor preciso en el vaivén de los sabores que presenta la buena grosella.
...Y el ritual de las masas. Cora encorvada luchando la lucha del panadero.
Atrás, Apólito parece dormitar con los ojos abiertos; vacíos. Tiene ese aspecto que solo una prenda en desuso puede alcanzar si está tirada en algún tejado, expuesta al sol y al polvo. La penumbra que envuelve a Apólito es la penumbra que envuelve al desterrado, al que está en exilio, al que tiene marcada la frente, al maldito. Con ojos que han olvidado el llanto parece decir su última consigna. Y parece cantar. Adentro muy adentro, el viejo Apólito dice su himno.
Cuando la cena estuvo lista Cora preparó los últimos detalles. Ubicó el canasto del té y el azúcar; partió trozos de tarta, para llevarlos a la mesa.
-         Está lista la tarta... se va a enfriar el té.
-         ...
-         ¡Apólito!
-         ...
-         ¡Apólito!
-         ...
-         ¿¡Viejo!?
-         ...
Dejó caer el cuchillo y avanzó hacia el sofá. La muerte abrazaba al viejo Apólito y ya había apagado el último calor de su pecho. La mirada del muerto contrastaba con su expresión, mezcla de alborozo, terror y descanso.




(faic, valparaíso, 2008)

viernes, 25 de febrero de 2011

Extraño recuerdo o sueño que tuvo un hombre cualquiera


La isla llevaba por nombre un color ¿Bermellón? ¿Damasco? No, no era damasco.Era un rito. Mujeres lindas, hermosísimas, servían  vinos y manjares a sus invitados. Todo era confuso, la realidad se veía a través del  embriague. Los invitados eran todos varones y en la isla sólo había mujeres. Tocaban músicas, danzaban, servían y daban masajes a los comensales. Mantenían el fuego vivo de la gran hoguera, de la cual se desprendían aromas dulces, nauseabundos. Había un lugar. Pero esto era después del gran banquete. En donde había otras músicas. El gran fogón estaba algo apartado. Pero flameaba cada vez más fuerte. Era como un ojo que parecía dominarlo todo. Un sol en medio de la isla y de la noche, en  donde las dos parecían eternas. Los hombres caían rendidos, esparcidos por el prado. Un prado verde y negro con muchas flores obscuras,  pero blancas; plantas, siluetas de árboles. Las mujeres que eran  más, rodearon en número de cinco a siete a cada hombre. Y parecían disputarse la atención del macho. Sus ropas, blancas todas, de telas suaves como túnicas griegas caían en una danza lenta, pero fatal. La fragancia ahora era mucho más fuerte y el fuego ardía en un solo grito de aromas casi reconocibles. Algo había del olor de las rosas, y de ese otro olor... ¡Hay, ese olor... si pudiera sentirlo una vez mas!En ese instante empezó la  cogedera.  Una somnolienta hipnosis sería la que transformaba a los varones, ahora dueños de la máxima vitalidad, en verdaderas bestias sexuales. La fiesta duró mucho. Horas, tal vez. Hasta que las cinco o siete mujeres caían agonizantes, una tras otra en rededor del macho. Y estos dormían, luego de la gran  cogida,rodeados por estas espigas blancas, que eran las mujeres de la isla. Y es ahí donde se me borra todo. Una cosa extraña, como un bloque, o una mano arrebatadora me tapa o me quita las visiones. Algo inexplicable no me deja indagar más en aquellas experiencias remotas. Todo se vuelve obscuro y nebuloso cuando trato de recordar lo que ocurrió en aquel momento. Finalmente desperté, cuando fui entregado al fuego, junto a los otros cuerpos de los invitados.

La vida



Viajé desde las aguas claras de las montañas nevadas. Fui un pequeño barquito en ríos que cruzaron extensiones de roca y hielo. 

Quedé varado en una piedra fría y ciega por unos meses; me congelé, y producto de una crecida de las aguas, continué mi recorrido. Por cosas del azar, me tragó un recipiente y fui vaciado en otro. Quedé atrapado en un estanque enorme y después pasé meses atorado en unas cañerías. Vi la luz al salir de la llave que abrió un señor vestido de marino, para llenar un vaso y beber agua. El marino no me vio y fui tragado por él. Fue entonces que pasé mucho tiempo en el cuerpo de aquel señor y fui la causa de un cálculo atroz, por las grasas y materias muertas que en el interior de su cuerpo se me pegaron, y formé una especie de quiste maligno que casi lleva a la muerte al uniformado. Al pasar los años fui liberado por un grupo de médicos en una complicada cirugía y pude ver por segunda vez la cara de aquel hombre. Ahora llevaba bigotes y le llamaban almirante. Estaba distinto. Mi cuerpo y las materias que lo cubrían fuimos entregados en un recipiente metálico y vi cuando sacaron la camilla donde iba el sujeto de que les hablé.  Luego volví a las aguas. Aquí todo era muy distinto a como era en las montañas; ahora estaba en una gran ciudad. Navegué por conductos y caños, recorrí el cuerpo de una mujer al salir por una ducha y conocí las represas. Algunas veces quedo estancado por días en alguna rejilla o en algún filtro, pero pongo todo mi empeño hasta que logro zafarme. 

Me gusta viajar. A esta ciudad la conozco toda y,  aunque a veces extraño las montañas, me siento muy cómodo acá pues tengo mucho por recorrer y observar. Nunca más vi al marino ese y pienso que me gustaría encontrarlo alguna vez para saber cómo está. Hace poco fui entregado a este río. Es muy bonito. El recorrido es alucinante, el verde del pasto se mezcla con los cerros amarillos y morados, brilla un cálido sol y abundan los peces, en este río. Sé que me estoy alejando, y quién sabe dónde voy a dar. Pienso que me gustaría volver en algún momento, pero eso nadie lo sabe. Si llego otra vez aquí, espero ser recordado por lo que soy: un errante pelo de oso polar. 

Puertas que se abren



Te levantas. Son las dos y media. Refriegas tu cara y te colocas las sandalias para soportar el frío en las baldosas del baño. Recorres el pasillo y pasas por el living. Está allí tu guitarra, durmiendo en el sofá. Pulsas la cuerda más grave y antes que se acabe el sonido de la cuerda que quedó vibrando meas, te lavas las manos, y mientras te mojas la cara miras el espejo. Entonces me ves.